Mientras Zedillo denuncia una regresión autoritaria, Sheinbaum intenta redefinir
los términos de la legitimidad institucional desde una narrativa de justicia histórica.
En un momento de aguda polarización política en México, el expresidente Ernesto
Zedillo ha reaparecido en el debate público con críticas al gobierno de Claudia
Sheinbaum y al legado de su antecesor, Andrés Manuel López Obrador. Advierte
sobre una “destrucción deliberada de la democracia mexicana”, promovida
—según él— mediante la subordinación del Poder Judicial al Ejecutivo y la
imposición de reformas regresivas.
El detonante de esta confrontación ha sido la propuesta de reforma judicial
que permitiría la elección popular de jueces y magistrados, una iniciativa que
Zedillo califica como una “farsa electoral” diseñada para consolidar un régimen de
partido hegemónico. El expresidente ha exigido una auditoría internacional sobre
los megaproyectos emblemáticos del sexenio anterior, como el aeropuerto de
Texcoco, la refinería de Dos Bocas y el Tren Maya, alegando opacidad,
sobrecostos y pérdidas públicas.
Por su parte, el gobierno de Sheinbaum ha reaccionado con una
contraofensiva política y mediática. En sus conferencias matutinas, la presidenta
ha reavivado el debate sobre el controvertido sexenio de Zedillo, con énfasis en la
devaluación discrecional del peso mexicano, el rescate bancario del Fobaproa y la
búsqueda de intereses cupulares por encima del bienestar del pueblo de México y
su soberanía, todo ello como parte de una narrativa que busca posicionar a Zedillo
como símbolo del autoritarismo neoliberal.
Analistas como Jaime Guerrero (El Economista) y Ariel González (El
Universal) —ambos de derecha— coinciden en que la estrategia del gobierno
consiste en desviar la atención de sus propios cuestionamientos mediante ataques
personales. Guerrero advierte que al “cruzar la delgada línea roja”, Sheinbaum
estaría replicando los métodos de confrontación directa de López Obrador.
González, por su parte, considera que esta reacción “marca el ingreso pleno a un
régimen autocrático”, al perseguir judicial y mediáticamente a un expresidente por
razones políticas. Zedillo, por su parte, se ha defendido subrayando que su
gobierno fue auditado por instancias independientes y legislativas, en un contexto
democrático que —asegura— está hoy siendo desmontado por quienes se
beneficiaron de él para llegar al poder.
El choque entre ambos personajes revela un conflicto más profundo sobre
la naturaleza y el futuro del sistema democrático mexicano. Mientras Zedillo
denuncia una regresión autoritaria, Sheinbaum intenta redefinir los términos de la
legitimidad institucional desde una narrativa de justicia histórica. El desenlace de
este enfrentamiento podría tener consecuencias significativas en el proceso
electoral de